Se ha determinado que el 90% de las irregularidades en el tránsito vehicular, que muchas terminan en tragedia, son motivadas por la irresponsabilidad del automovilista.
La imprudencia que viola sistemáticamente las normas exigidas para la circulación vial, hasta con excesos que terminan en tragedias, no debe calificarse como accidente de tránsito en un común denominador, ya que no son hechos fortuitos sino la suma de errores humanos por inobservancia de las normas. Esto lo remarca una investigación periodística de este diario conjuntamente con una experimentada consultora local de opinión pública.
En el relevamiento efectuado la semana pasada, dos tercios de los conductores consultados admite cometer imprudencias cuando circulan, lo cual los señala como infractores confesos tanto por sus actitudes transgresoras personales como por no mantener sus vehículos en óptimas condiciones de transitabilidad. Lo grave es que son mayoría los involucrados, hombres y mujeres, que admiten no respetar los límites de velocidad, el semáforo en rojo, hablan por celular cuando conducen, y desconocen en gran medida la señalización.
El estudio lleva a la conclusión de que el 77% de los encuestados coincide en que la imprudencia es la causa principal de las colisiones en rutas y calles urbanas, atribuibles en un 33% al manejo alcoholizado. También se suma otro factor humano, que compete a las autoridades del área, como es la mala señalización y el mal estado del sistema vial. En este contexto no existen situaciones inevitables porque se trata de una cadena de inobservancia del respeto por la vida, incluyendo la del que actúa en forma demencial.
Por eso este análisis no tiene margen de error y la única forma de bajar los índices de siniestros e infracciones es por medio de una severa campaña de prevención mediante el rigor de las multas. No se trata de operativos esporádicos sino de una vigilancia constante y de la decisión implacable del personal policial y municipal para castigar desde el estacionamiento irregular hasta las velocidades máximas permitidas y el estado del rodado con la inspección técnica al día.
La ausencia de vigilancia incentiva el desorden y lo hace un hábito. Vale el ejemplo de lo que ocurre en la remodelación, todavía en ejecución, de la Av. José Ignacio de la Roza, en Desamparados. Recién se está pintando la demarcación de los carriles y ya quedaron las marcas de los neumáticos de automovilistas que doblan en U, o trasponen la separación para acortar distancias. De nada vale la impecable terminación de esta obra si la inconducta evidencia que se puede violar la modernización descaradamente.
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