Un peatón pasa al lado de los agentes de tránsito y alerta por un audio de WhatsApp: “no vengas por la Maipú, porque hay un control en la esquina de la San Martín”. A una cuadra de ahí, un motociclista sin casco ni chaleco reflectivo advierte los conos, frena de golpe y continúa a pie por la peatonal Mendoza. Mientras tanto, Rafael Oliva, de 46 años, que sí se había puesto el casco y el chaleco, observa cómo los policías levantan su moto y la suben al camión. “Tengo todo en regla, pero me olvidé la billetera. Está bien que me paren, yo tengo que tener los documentos encima”, reconoce Rafael.
Aunque admite su responsabilidad, para recuperar su vehículo Rafael deberá pagar una multa y asistir al curso de conciencia vial que rige desde el miércoles. Esta clase, en cambio, no la presenciarán ni los infractores que escucharon el mensaje de aquel peatón, ni el que esquivó el control, ni las 409 personas que murieron en accidentes viales durante el año pasado.
Enrique Romero, subsecretario de Tránsito de la Municipalidad de la capital, dirigía el pequeño control: les ordenaba a los autos que prendieran las luces bajas, paraba a las motos, controlaba el trabajo de los agentes. “La idea es controlar y concientizar, no recaudar. Por eso a los que llevan el casco mal puesto o en el codo, les pedimos que se lo pongan bien. O al que tiene los papeles y el casco, pero va sin chaleco, se lo regalamos”, explicó.
A la par de Romero, un empleado del municipio se dedicaba sólo a repartir chalecos. Junto con la obligatoriedad de que los infractores realicen los cursos de conciencia vial, también se intensificaron los controles en distintos puntos de la ciudad.
A pesar de las prendas gratuitas, algunos tucumanos se indignan al ver un control de tránsito. El miércoles, mientras un policía les labraba el acta de infracción a Lucas Arias, de 21, y Belén Martínez, de 20, que no llevaban casco, un grupo de peatones insultaba a Romero y sus agentes. Y una señora que caminaba por ahí se quejaba de que obliguen a los motociclistas a proteger sus cabezas: según ella, “el casco no sirve para nada”.
El filósofo Carlos Nino, en su clásico libro Un país al margen de la ley, estudia la extendida tendencia nacional a violar las reglas y las asocia al subdesarrollo argentino. Aunque quizá no la conozcan, algo de esta interpretación permea las opiniones de algunos tucumanos acerca de la inseguridad vial.
Jorge Cardozo, de 55, se detuvo a observar cómo trabajaban los agentes de tránsito: “la gente -reflexionó- es reacia a aceptar normas que están hechas para cuidarla. Hay jóvenes que, si no andan a 100 kilómetros por hora, parece que no andan, y hay padres que van con bebés, que no se dan cuenta de que si se caen matan a sus chiquitos...”.
Aunque en el camión del municipio se amontonaban las motos, de a ratos Romero y sus subordinados se distraían: un motociclista pasó sin casco y no lo detuvieron, otro sin chaleco esperó la luz verde durante un minuto sin que un policía que estaba a la par de él le prestara atención.
Entretanto, Carlos Acosta, de 63, recordaba un dicho: “la letra con sangre entra”. “Acá hay muchas muertes por incumplimiento de las reglas de tránsito. Me parece que esto pasa por falta de cultura y educación vial. Entonces las disposiciones duelen, molestan, pero el Gobierno tiene que ponerlas en práctica, porque si no, las muertes no van a parar”, consideró.
Durante la mañana algunos transeúntes charlaron con Romero. Daniela, de 43, le contó que una vez un agente le perdonó andar sin casco bajo la promesa de empezar a usarlo: “yo no me lo ponía porque me ensuciaba el pelo, pero entonces entendí que el casco te puede salvar la vida. Es tonto no cumplir las normas, pero los argentinos somos así, qué se le va a hacer”.
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