Bastaron sólo 10 minutos para definir el panorama. Un hecho sobresale del resto. No debería ser normal, pero se volvió absurdamente cotidiano hace rato: en una esquina porteña, frente a un bar de Palermo, una mujer que supera los 80 años intenta cruzar la calle. Hay una bicisenda, por ende debe mirar para ambos lados. A lo lejos viene un auto. Intenta con un pie en el asfalto, luego el otro. Cuando supera los centímetros exclusivos para bicicletas asume que el vehículo que se acerca va a detenerse. "Me dejará cruzar", piensa. Sin embargo se equivoca: ella pertenece al grupo más vulnerable del tránsito.
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