La pandemia trajo a la ciudad 2 nuevos actores, las bicicletas y los monopatines, los cuales no tienen controles y no respetan prácticamente, ninguna norma vial.

La ciudad de Buenos Aires llegó a tener unos 2700 monopatines eléctricos y 300.000 usuarios registrados antes de 2020.
Su utilidad y bajo costo para viajes cortos los volvía una buena alternativa.
Con el arribo de la pandemia y un contexto tan adverso, los gestores de su alquiler abandonaron el país, mientras las unidades pasaron a venderse en plataformas digitales.
En octubre pasado, una resolución del gobierno porteño reactivó la convocatoria a una “Prueba piloto de monopatines de uso compartido” por dos años para designar un operador autorizado que preste el servicio.
Cuatro fueron las firmas que se presentaron. Se prevé que habrá unos 2000 monopatines en la primera etapa, que dispondrán de zonas de uso delimitadas y estaciones de anclajes fijos. Cascos obligatorios, edad mínima de 16 años para conducir, prohibición de circular por veredas, recomendación de hacerlo por ciclovías y bicisendas, y velocidad máxima de 25 km/h ya rigen en CABA.
Sin los rigurosos controles que las desaprensivas conductas exigen será letra muerta.
Repetidos accidentes, muchos con luctuosos saldos, protagonizados por usuarios de patinetas eléctricas en las calles de París, condujeron a que la alcaldesa convocase a una consulta pública no vinculante al respecto. En un esfuerzo por acotar el descontrol, se había reglamentado la obligatoriedad de que los dispositivos eléctricos contaran con bocina y seguro; también se fijó que sus conductores debían tener más de 12 años, que no podían usar celulares ni audífonos, que debían encender el giro para doblar de noche y que nunca dos personas podían transportarse en los rodados.
Las tres empresas operarias del servicio de alquiler en París convocaron a sus clientes a votar, preocupadas por la eventual evaporación de su negocio. No fue suficiente: el 89% de los parisinos que votaron –algo más de 100.000 personas– lo hicieron contra la continuidad de las patinetas. Así, el próximo 1° de septiembre cesarán los permisos de alquiler otorgados.
Convendría tomar la experiencia parisina como otra advertencia respecto de los riesgos que imponen estos dispositivos en cualquier ciudad y que se suman a los que ya sufrimos desde hace rato. Sus beneficios en cuanto a sustentabilidad, espacio reducido y costos pueden tornarse demasiado caros cuando las vidas entran en juego.